jueves, 28 de junio de 2012

Una comunidad de personajes entrañables


El Puerto, de Aki Kaurismaki

Txt. Casandra Scaroni

Como un cuento acerca de la bondad, pero contado con toda la belleza posible: El puerto, la última película del director finlandés Aki Kaurismaki, narra la historia de Marcel, un hombre que trabaja de lustrabotas en Le Havre, un pueblito de la costa de Francia, y que vive con su mujer (la finlandesa Kati Outinen) contando los euros que les permitan darse el gustito diario de una baguette y alguna copa en el bar.

Pero lejos de ser una historia ordinaria sobre la vida de un hombre común, El puerto cuenta las peripecias de Marcel a partir de su encuentro con Idrissa, un nene africano que llegó al puerto francés en un container por error, y que ante la deportación segura, se escapa. Marcel lo encuentra y pese a las sospechas y persecuciones de un detective, lo esconde en su casa mientras busca la forma de que Idrissa llegue a su destino original en Londres y se pueda encontrar con su mamá.

Como ya lo hizo en El hombre sin pasado (2002), donde el protagonista pierde la memoria tras ser golpeado en un asalto, y queda a la deriva en un barrio pobre en Finlandia, Kaurismaki crea un micromundo en donde sus habitantes se ayudan entre sí. Porque no se trata nunca de la historia de un hombre solo, sino de cómo ese extranjero se incorpora a la comunidad y pasa de ser el receptor de la solidaridad vecinal a ser el primer amor de una mujer (otra vez Kati Outinen con su encanto entre cálido y etéreo), el testigo del robo de un banco y el ideólogo de que la banda de la iglesia toque canciones de rock para obtener más concurrencia ( así como en El puerto la organización de un concierto es la clave para recaudar plata y lograr que el objetivo se cumpla). Aunque no son sólo argumentales los puntos en común entre las películas del director finlandés: el uso de los colores primarios en la puesta en escena, que marca el artificio de estas fábulas urbanas casi con la misma perfección que se puede encontrar en un cuadro, las actuaciones parcas que pueden permitirse las escenas más sentimentales sin que parezcan ñoñas ni por un segundo y el sentido del humor un poco aniñado marcan continuidades entre una y otra.

La última película del director de Luces del atardecer (2006) y de La chica de la caja de cerillas (1990)- por nombrar las de más fácil acceso- todavía se puede ver en cine. La dan en el Lorca de avenida Corrientes y en el Arteplex del centro, y vale la pena salir de la comodidad del sillón y de la computadora para acompañar a Marcel, a su mujer,a Idrissa y a toda la tropa de personajes entrañables que habitan Le Havre en el cine. O aunque solo fuera para descubrir un cameo de Jean Pierre Leaud ya viejo y haciendo de buchón (en Los 400 golpes de Truffaut él era el niño perdido y a la deriva), El puerto es una película que hay que ver, porque más allá de cualquier estado de ánimo pasajero, siempre es bueno creer un poco más en que todo puede también salir bien.


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