jueves, 13 de septiembre de 2012

El jugador

Breve introducción a la filmografía de Eric Rohmer 

Txt. Casandra Scaroni


Sensible y meticuloso como pocos, Eric Rohmer dividió su filmografía en al menos tres categorías: los cuentos morales, las comedias y proverbios y los cuentos de las cuatro estaciones. Cada uno con una estructura particular para hablar del gran tema que desvelaba al crítico, director y filósofo francés: las relaciones humanas.

Así es como los cuentos morales son protagonizados por hombres que, en edad ya casadera y con una idea bien definida de la mujer arquetípica a la que aspiran desposar, sufren, ya sea por destino o casualidades varias, una suerte de crisis en la cual conocen a una segunda mujer, más terrenal, que pone en duda (y también en ridículo), todo lo que hasta ese momento tenían como certeza. Allí están entonces el diplomático a punto de casarse, tentado en tiempos de ocio por una adolescente, (o más particularmente por su rodilla, porque el francés sí que sabía cómo filmar la sensualidad), en La rodilla de Clara. O el católico Jean Louis ( Trintignant) en Mi noche con Maud, debatido entre el amor puro y casi sagrado de la chica tan rubia como platónica con la que está determinado a casarse, y Maud, una mujer que conoce una noche y que lo desafía y lo desestabiliza. La diferencia sutil de cómo filma el director el cuerpo de Trintignant cuando se encuentra con Maud, y cuando está con Francoise (la chica virginal) es, probablemente, el ejemplo más claro de su sensibilidad. Sobre todo en ese abrazo en la nieve, cargado con toda la pasión posible. Y si con Maud, el serio e introspectivo Jean Louis se transforma en un niño alegre y la conversación es estimulante, con Francoise los abrazos son fríos y él se vuelve taciturno. 

En las comedias y proverbios, en cambio, son chicas jóvenes, un poco perdidas en el camino hacia la adultez, las que llevan la voz cantante. Y es quizás en ellas, en sus dudas y vacilaciones, en sus cambios de humor y de gustos, en sus contradicciones, donde Rohmer supo plasmar su particularmente cálida visión de la humanidad. Ya sea que son amigas con amores cruzados como en El amigo de mi amiga (ese hermoso cuento de amistad femenina y de amores idealizados que no se corresponden con el amor ideal), chicas deprimidas con una gran soledad a cuestas (como Sabine en La buena boda o Delphine en El rayo verde) o inconformistas como Louise en La noche de luna llena, las chicas rhomerianas son todas dueñas de un gran coraje. Porque en sus idas y vueltas, en sus neurosis, no hacen más que buscar algo que (como diría Bono) aún no han encontrado. Y en esa catarata de ideas que expresa cada una, en esas angustias aparentemente injustificadas, hay algo así como una esperanza. Por eso es tan emotivo ese final de El rayo verde cuando Delphine (Marie Rivière, con una dosis justa entre ser insoportable y conmovedora) luego de errar buscando una compañía para pasar sus vacaciones, con una incomodidad y tristeza propia de quien no está a gusto en ningún lado, encuentra ese momento casi epifànico en la playa.

Esa misma valentía femenina se puede ver en los cuentos de las cuatro estaciones (a excepción de Cuentos de verano, el único protagonizado por un varón), especialmente en Cuentos de otoño, cuando las amigas protagonistas ya no son las mismas jóvenes en busca de qué actitud tomar frente al mundo, sino mujeres que ya han vivido su vida, pero que tienen ganas de seguir jugando. Quizás eso era un poco Rohmer, un tipo lúdico, que amaba al mundo, o por lo menos lo mostraba como algo digno de amar, y que en sus películas (educación sentimental de muchos) enseñaba que a veces hay que apostar, aún cuando todo esté en contra, porque la ganancia puede ser infinita.

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